Querido Hijo
Carta de amor incondicional a Alby, que se fue demasiado pronto.
Lo último que esperas como padre es perder prematuramente un hijo. Lo último que esperas como periodista es tener que narrar una muerte tan cercana que te desgarra en cada línea. Pero había que escribir la vida de “Alby”, que falleció junto a Jack y Harry cuando pintaban grafiti en la encrucijada de Loughborough Junction en Londres…
“Querido hijo” es una larga carta de reencuentro y de celebración de una vida truncada a los 19 años. Y es también un viaje compartido con tantos padres, en esa travesía del dolor para la que no existen palabras.
Trip, K-Bag y Lover dejaron un profundo vacío en las vidas de sus familias y de sus amigos, que prefieren recordarles llenos de vida, con esa inquietud artística que compartían y que llevaron demasiado lejos. Este libro pretende ser una declaración de amor incondicional a los tres, allá donde estén.
REFLEXIONES DEL AUTOR
SOBRE EL LIBRO
“”Querido hijo” surge a partir de una carta publicada en El Mundo a los pocos días de la muerte de Alberto Fresneda, Harry Scott-Hood y Jack Gilbert, atropellados por un tren mientras hacían grafiti en las cercanías de la estación de Loughborugh Junction, en el sur de Londres. Las muestras de solidaridad y la cálida respuesta tras la publicación de la carta me dieron fuerzas para seguir escribiéndole a mi hijo, como una manera de mantener vivo su recuerdo y a modo de terapia personal para exteriorizar el dolor”.
“El libro arrancó como un celebración de su vida, pero poco a poco fue convirtiéndose en un viaje compartido o un “road trip”, haciendo honor a su propio tag. Habituado a escribir sobre las tragedias ajenas, no tardé en darme cuenta de que en cada familia hay un drama más o menos oculto por la pérdida de un ser querido. Sobre la marcha descubrí que esa “travesía del dolor” que es el duelo se hace mucho más llevadera si es compartida”.
“Más allá de larga carta a Alberto escrita a mano y por las noches, el libro contiene pequeñas reflexiones sobre el duelo (“Negro y Blanco”, “Traficomedia”), sobre la vida misma (“Free Solo”, “Cosas por hacer”) o sobre las relaciones padre-hijo (“Transiciones”, “Oda al adolescente desconocido”). Los capítulos cortos fueron escritos en las idas y venidas en metro, en medio del ajetreo diario de la labor de periodista y a modo de antídoto contra la fugacidad de las noticias”.
SOBRE EL DUELO
“De la muerte de Julio Anguita Parrado cuando vivíamos en Nueva York, a la muerte de Ignacio Echeverría en el atentado del puente de Londres, mi intención fue acercarme a madres y padres que han perdido a sus hijos para saber cómo han sido capaces de encontrar un nuevo sentido a sus vidas a pesar de la tragedia. Laura Castaño, Dulce Camacho, Merce Castro, Vicente Prieto, Sergio del Molino o Ana Lamet son algunos de los casi ochenta compañeros de viajes en la travesía. Como dice la propia Ana en libro: “La escuela del dolor te ensancha el corazón””
“Los amigos de Alby, como le llamaban en Londres, han sido también una parte vital en este primer año. Gracias a ellos, hemos descubierto muchas facetas nuevas de nuestro hijo. El título original del libro llegó a ser “Las vidas de Alby”, porque en el fondo pretende ser una celebración de sus 19 años apurados al máximo: desde su nacimiento y su intensa infancia en Nueva York, a su querencia española, pasando por Herrera del Duque (el pueblo de su madre), Conil de la Frontera (donde descubrió el mar) y Sevilla (donde vibró con el fútbol”.
“”Exteriorizar la pena es como arrancar de raíz una mala hierba”, escribe Isabel en el prólogo. Si en algo concidimos los dos es la necesidad de quitar ese velo de silencio que sigue cubriendo la muerte. Expresar el dolor es parte del proceso necesario para superar el trauma. En el libro proponemos un cambio de actitud hacia la muerte: menos negro y más blanco, que es el color del luto en Oriente. La muerte no es allí el funesto fin, sino el nuevo principio”.
SOBRE EL GRAFITI
“Los grafiteros se llaman entre ellos “escritores”, y su máximo afán es dejar constancia de su paso por la ciudad. Con esa idea empecé a escribir este libro, para dejar constancia del paso de Alberto por la vida, pese a ese conflicto interior (aún no se resuelto) sobre la manera en que murió y todo lo que pude hacer como padre para haberlo evitado”
““Les honraremos viviendo tan audazamente como ellos lo hicieron… Con respetos, Banksy”. Fue la breve nota que recibió a los pocos días Maxine, la madre de Jack Gilbert, firmada por el artista callejero de Bristol. La “hermandad” del grafiti también cerró filas y los murales en memoria de Trip, Kbag y Lover no solo cubrieron Londres, sino que dieron la vuelta al mundo: Bogotá, Nueva York, Amsterdam… Lejos de convertirlos en “mártires”, el libro reclama un lugar propio para los artistas callejeros, fácilmente criticados como “vándalos””.
“”El grafiti ha salvado seguramente muchas más vidas que las que se ha cobrado”, me dijo Rafael Schacter, antropólogo del University College de Londres y autor del “Atlas Mundial del Arte Callejero” y de “De la calle a estudio”. Rafael recuerda como el “grafiti moderno” es un fenómeno global y lleva 50 años marcando la senda del arte. De Basquiat a Bansky, de Keith Haring a Barry McGee, los artistas con más renombre de las últimas décadas empezaron en la calle. “Ha llegado el momento de dejar atrás la eterna dicotomía de Arte contra Vandalismo”, sugiere Rafael. “La guerra contra el grafiti tiene que acabar””.
“Alberto murió en compañía de Harry Scott-Hood (Lover) y Jack Gilbert (K-bag), dos artistas del grafiti mayores y más consumados que él. Alberto empezó firmando como “Yuck” y luego cambió a “Trip”, el tag que inmortalizó juntos a los North West Sprayers (NWS), como se llamaba su “tripulación”. Duke y Stone fueron los “escritores” más cercanos. Con ellos exploré el Billy Fury, el callejón de West Hampstead donde se iniciaron. Para Duke, el grafiti es “la llave a un mundo secreto, un mundo paralelo que queda a la vuelta de la esquina y que pasa inadvertido para la mayoría de la gente. Stone resume tal que así la “misión” de cualquier “escritor”: “Lo que buscas es la reputación y el reconocimiento de tu comunidad, y eso lo consigues por lo reconocible que es tu tag, por el lugar elegido, por la cantidad de ellos… Tu ambición es estar en todas las partes”
Querido Alberto
El Mundo, 24/06/2018
Al menos me queda el consuelo de haberte visto el último día de tu vida. Yo llegué de viaje a tiempo para la comida, tú pensabas ya salir y era absurdo intentar retenerte. No nos dijiste adónde ibas, pero nos aseguraste que volverías para la cena. Te mandé varios mensajes, en plan padre pesado, y al final respondiste: «Va, volveré antes de las doce y no haré ruido».
No apareciste al final, pero tampoco nos alarmamos. Otras veces habías decidido quedarte a última hora en casa de algún amigo, y luego volvías casi a hurtadillas la mañana siguiente, para evitar la reprimenda. Yo salí a hacer la compra como cualquier otro lunes, y fue en el supermercado donde tu tocayo Alberto Muñoz me dio la noticia por teléfono: «Tres muertos al ser arrollados por un tren en Brixton».
Con fría mentalidad de periodista pensé: «Un suceso local». Y creí que no era necesario avisar al periódico hasta que no se supiera algo más. Las víctimas eran «tres hombres», la Policía no los había identificado. No fue hasta horas más tarde, cuando se supo que eran «tres artistas de grafiti», cuando me empecé a preocupar.
Poco después llamaron al portero automático. Era Karen, nuestra vecina, que venía acompañada por dos policías de la British Transport Police (BTP). Les hice pasar al salón y me eché a temblar. Intentaron suavizar el anuncio, pero no había vuelta de hoja: «Sentimos decirle que hemos identificado a su hijo como uno de los tres muertos en la estación de Loughborough Junction».
Llamé por teléfono a tu madre, Alberto, y casi no necesité contárselo. Esa misma mañana, ella había tenido una terrible premonición. En la estación de Finchley Road vio varios tags tuyos que debían ser recientes: Trip, Trip, Rip... Una columna le impidió ver la «T» en la última firma y sintió una punzada en el corazón. La sensación se le fue desvaneciendo durante el día, pero mi llamada reactivó de pronto el peor de los temores. Rompió a llorar.
Te ahorro más detalles de todo lo que vino después, Alberto, porque al fin y al cabo esta carta pretende ser una celebración de todo lo que sigues siendo para nosotros. Tuviste muchas vidas en tu corta vida de 19 años. Como tu personaje favorito, Snoopy, que llevabas tatuado en el abdomen, te reencarnaste en una larga lista de Albertos: algunos de ellos reales, otros imaginarios.
Los periódicos te recuerdan estos días como «artista del grafiti», pero se quedaron cortos. Fuiste dibujante de cómics a edad muy temprana. Fuiste diseñador gráfico casi sin saberlo. Fuiste diseñador de moda con tu propia firma, High Future. Fuiste joven emprendedor, cualidad heredada de tu abuelo, y hacías dinero comprando ropa de segunda mano y revendiéndola. No llegaste a ser fotógrafo, disc jockey ni artista del tatuaje, pero en eso estabas, expandiendo tu peculiar universo creativo, a tiempo para tu entrada en el London College of Communication.
Lo llevabas en la sangre y en las manos, Alberto. Te recuerdo de pequeño tumbado a todas las horas en el suelo y dibujando, dibujando, dibujando, en un interminable mano a mano con tu hermano Miguel. Aún recuerdo los halagos de tu profesora en la guardería, cuando nos enseñó el espectacular Pokemon que pintaste con tres años y que se convirtió en pieza predilecta de tu exposición permanente en las paredes de nuestra casa en Nueva York.
Allí naciste, en el turbulento cambio de siglo y en la antesala del 11-S. Cuatro años tenías cuando vino a verte por última vez nuestro añorado Julio Anguita. Parece que aún os estoy viendo jugar en la alfombra, un día antes de que se fuera a la guerra de Irak para no volver. De aquella muerte irreparable nació el impulso de crear nueva vida, y a los pocos meses llegó Julito, a quien quisiste mucho, por más que te hiciera sentirte como el príncipe destronado.
Tu hermano fue también nuestro vínculo con Antonia, la madre de Julio Anguita. Recordarás las veces que parábamos en Córdoba, camino de Conil, a reponer fuerzas en casa de Antonia, que fue de las primeras en escribir para trasmitirme su desgarro por tu muerte. Hay algo aún más doloroso que perder a tu padre o a tu madre, y es perder a tu hijo. Ahora compartimos con ella esa terrible sensación.
Con el tiempo cambiamos Córdoba por Sevilla, y fue así como te hiciste «sevillista hasta la muerte», mira la ironía. Tu corazón estuvo dividido con el Everton (te gustaban los equipos peleones) cuando a los 11 años te trasladaste con la familia a Londres. Esta semana me he vuelto a acordar, es inevitable, de aquella primera y atinada observación que hiciste cuando bajábamos por las cuestas de Hampstead: «Me gusta Londres, pero es un poco rural comparada con Nueva York»...
Nos costó adaptarnos, es cierto, pero con los Juegos Olímpicos rozamos el cielo. Con tu amigo Chase y su padre, Steve, vimos el rayo fulminante de Usain Bolt y la finalísima de baloncesto entre España y Estados Unidos, con el corazón partido en dos (de pequeño se te ocurrió la idea de que tenías dos cerebros, uno español y otro inglés, y que por eso eras capaz de saltar de uno a otro idioma).
El norte de Londres acabó siendo tu hábitat natural y allí diste finalmente el estirón, en lo vital y en lo creativo. Pasaste unos años difíciles, y nos salta a estas alturas la duda de no haberte sabido arropar como padres. La infancia es un cuento de hadas, Alberto, y la adolescencia es un auténtico thriller...
A veces nos temimos un trágico final. Intentábamos persuadirte para que abandonaras el grafiti. Te decíamos de una y mil maneras: mantén viva tu creatividad, pero no arriesgues tu vida. Te advertíamos de lo peligrosa que estaba la ciudad.
«Sé cuidarme de mí mismo», nos respondías. Y nos remitías ocasionalmente a esos amigos y amigas (Malick, Sam, Issie, Lydia) a quienes finalmente hemos conocido después de tu marcha. Te llamaban Alby y alababan sobre todo tu autenticidad, tu sentido del humor y tu talento.
Hemos llorado junto a ellos en el altar callejero que han levantado en tu memoria, y en la de Harry y Jack, que murieron contigo. Hemos entrado en la estación maldita para intentar entender qué fue lo que os llevó hasta allí y por qué no pudisteis escapar. Hemos revivido tus muchas vidas y te hemos imaginado como tu querido Snoopy, volando allá en lo alto, y tramando tu próxima reencarnación.
P.D.: «En mi infancia soy mi propio hijo. Ese hijo también se pierde, como todos, pero ahora lo tengo muy vivo. El niño que fui es el niño que he perdido. Se es padre de uno mismo». Francisco Umbral, Mortal y Rosa.